abril 05, 2010

La Fiesta Barrial de La Tortita Negra (IV y final)


No me sentía asustado, más bien sería de boludo que yo, un seguidor del Taladro por adopción, me dejara arrastrar por pingüinos a una pelea confusa –y más de ese lado de Malabia. Decidí buscar un remís; ya estaba de pié cuando el puestero se me acercó:

-Che Banfileño, no te me vas a ir sin pagar, ¿no? –me dijo con voz nerviosa, intentando ser gracioso.

No me extrañé de que el tipo, ahora, me hubiera reconocido, pero me pareció que el tirarme gentilicio agravaba, de hecho, la situación. Antes, el gaste no pasaba de eso; ahora, iba contra la misma identidad del barrio, y lo sabrían los vecinos. Pagué al panchero, y me dirigí a los muchachos.

-Para ustedes, Campeón.

El de la camiseta granate se paró, tambaleándose. A un paso de mí, se puso a cantar, a los gritos y haciendo el clásico gesto de mano derecha. Jugaba a poner voz de cancha, como si cantaran muchos, y ese juego era como una exageración y una joda. Entre cantos y agrandes, soltó al aire un “Vos no sabés jugar a la pelota”. El puestero, entre risas, se lamentó de que no hubiera pelota para demostrar nada. En ese punto, algo imprevisible sucedió.

Desde el paredón, el viejo hincha estático, en el que había reconocido la esencia del Sur (del Sur del conurbano), revoleó una Pulpo que se me vino encima. Era como si el Barrio hubiera resuelto que acepte el desafío. No sin dificultad aunque tampoco sin éxito paré la rayada pelota con el empeine del pie derecho, y me di cuenta de dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo me comprometía a jugar. La segunda, que la pelota, junto a mi torpe pierna izquierda no serviría para gambetear a nadie, sino para justificar que me levanten por el aire. Alguna vez había jugado sobre veredas maltrechas, como todos los hombres, pero mi habilidad no pasaba de una noción de que los enganches van hacia la pierna menos hábil del defensor. En mi barrio no hubieran permitido que pasen estas cosas, pensé.

-Vamos cruzando al potrero- dijo el otro.

Cruzamos, y si en mí no había pretensiones de éxito, tampoco había temor. Sentí, al pasar sobre 29 de Septiembre, que caer en un picadito, a cielo abierto y encarando, hubiera sido una liberación para mí, una felicidad y una fiesta, estando cualquier tarde en la capital, donde las veredas son angostas. Sentí que si yo, entonces, hubiera podido elegir o soñar una paliza, ésta es la paliza que hubiera elegido o soñado.

Piso con fuerza la pelota, que acaso no sabré dominar, y encaro para el potrero.


La imagen es de: http://museodeartistas.blogspot.com/2009/10/los-pelotazos-llegan-buenos-aires.html.

febrero 12, 2009

Perros y tevé

- ¿Viste que a veces el sol ciega y hace estornudar si lo mirás de frente?

- No tengo idea del porqué de esta cuestión, pero si algún día la duda se volviera mordiente, inmediatamente me dirigiría a la gente que más sabe de sol, con la probable excepción de las damas de los countries: los Paseadores de PerroS, o como me gusta llamarlos, los Pepe Ése.

- Ajá. Siendo ese casualmente el tema principal de tu último libro, ¿verdad?

- Sí, sí, justamente. Es más, aquí mismo tengo una copia para usted.

- Contanos un poco más de esta gente tan interesante, por favor.

- Los Pepe Ése forman parte de la categoría de gente que trabaja en la calle, pero se diferencian de sus calaños cadetes y motoqueros principalmente en el tinte de su parsimonia.

- ¿Te referís a la bebida?

- Eh… en realidad no: si bien es de público conocimiento la afición del gremio por las espirituosas, y en particular las cajas de vino, el libro intenta ir un poco más allá de esa cuestión, y pintarlos en cuerpo, alma, y realidad socio-económica.

- Entiendo: leo tu libro, y los voy a poder reconocer por la calle.

- Cerniéndonos a la mera cuestión del reconocimiento, el libro resulta bastante innecesario: verá Ud., los Pepe Ése en general circulan con una significativa aura canina a su alrededor, lo cual los hace fácilmente identificables. Llevan muchos perros, ¿me entiende?

- Sí, sí, claro que te entiendo. Perros…

- Sí, esos animales habitualmente con pelo, cuatro patas, y ladran… ¿los ha visto?

- Por supuesto, tengo muchos amigos perros, digo, muchos perros con amigos…

- Ah, claro, claro.

- Y… ¿Hace algún tipo de show o función con esto…?

- Más allá del espectáculo dantesco de este momento, eh, no.

- ¡Ay! ¡Qué diviiino!

- …

- Bueeeno, démosle un gran aplauso a… ¿cómo era tu nombre?


noviembre 06, 2008

La Fiesta de la Espera (I)



Viajando de regreso de una fiesta que no vale la pena criticar me lamenté: para ser la una y media de la noche el sábado se había comido las pocas porciones de expectativa demasiado temprano (y esto incomoda). Traté de refugiarme en el asiento, me incliné sobre la ventana, hombro y cabeza hacían de apoyo. El hombro caía pesado sobre el vidrio -dejé que soporte toda la decepción- y la cabeza le daba rítmicos golpes, seguramente a modo de represalia. El transporte modificó pocas veces su dirección y seguía derecho a otra derrota marchando lento por Güemes. Sin embargo dobló raudo obligándome a abandonar mi postura, por la ventana pude ver que había tomado rumbos literarios, pero eso no me animó del todo.

Volví al refugio de la ventana y raspé tenaz en la memoria con una esperanza sin filo. Tiempo después pude despegar del fondo un nombre: La fiesta de la espera. Descendí sin dudar del colectivo, un diligente timbrazo me dejó en la calle, ésta estaba desierta, el clima era templado y los árboles cuentan de una brisa que no se siente; la noche había cambiado.





septiembre 24, 2008

La Fiesta Barrial de La Tortita Negra (III)


El perfume, que en algún momento había sido suave y vegetal, fue con el tiempo cambiando hacia uno bastante más punzante al que creí el olor de la modernidad. Me equivocaba: su origen era un motón de bolsas humeantes. Creí recordar a partir de esa imagen algún grabado en acero, pero una vez más estaba errado: lo que recordaba era un cartel de “No quemar basura” a cuyo lado había pasado metros atrás.
El puesto de panchos, alguna vez, había sido granate, pero las malas campañas habían mitigado para su bien ese color amargo. Algo escrito en el acero del carrito le recordó un grabado en un espejo, acaso de un bondi. Decía: “Pablo y Virginia”. A la vera de la avenida había un carrito con un caballo. Atado a una botella estaba su patrón, al cual creí reconocer; luego comprendí que me había engañado su parecido con uno de los moradores del bar de Constitución. El hombre, oído el caso, me dijo que me servía una lata de jardinera para amortiguar la espera del San Vicente.
- No, gracias -le dije.
En la parada bebían ruidosamente unos muchachones, en los que sólo me fijé para distinguir el color de sus trapos. Contra el paredón, inmóvil a pesar del frío, se apoyaba un hombre muy viejo. Los muchos años sin títulos lo habían reducido y pulido como la lluvia a los ladrillos o los candidatos a las elecciones. Era oscuro, chico y reseco, y estaba como fuera del tiempo, en una eternidad. Registré con satisfacción la boina, la portátil forrada de cuero, el saquito de lana, las alpargatas con medias, y me dije, rememorando inútiles discusiones con gente de Zona Norte o con porteños, que hinchas de ésos ya no quedan más que en el Sur.
Me acomodé en una mesita de playa. La oscuridad fue ganando la calle, pero sus vahos de caños de escape y bocinazos, aún le llegaban desde el puente carretero. El puestero me trajo papitas pay, y después un pancho; las empujé con una botellita de gaseosa suburbana. Ocioso, paladeaba la mostaza y miraba herrar a un botellero en la vereda de enfrente, ya un poco soñoliento. Las luces de los autos rasgaban la oscuridad; los moradores de la parada eran tres: dos parecían hinchas de Lanús: otro, de rasgos achinados y torpes, bebía con la camiseta puesta. De pronto, sentí un roce en el alma:
-Ese amargo seguro que es de Banfield.-me pareció escuchar.
Eso era todo, pero alguien lo había dicho.
Los de la parada parecían ajenos a mí. Perplejo, decidí que nada había pasado, y miré en la dirección de dónde debía venir el colectivo, como para tapar la realidad.
-¡Eh! ¡Amargo!-y se rieron.


septiembre 26, 2007

Fiesta Autoconvocada de la Nieve (FAN)

Tu Fiesta Apesta! se une a la Cadena Nacional.

SÁN, SARABÁN, SARABÁ, SABARÁ, SABARÁ RAN; SÁN, SARABÁN, SARABÁ SABARÁ SABARÁN. ¡Coooompañeros! ¡Queridísimos hermanos y hermanas! Aquí estamos reunidos… una vez más, como en aquel glorioso día de mil novecientos dieciocho, dando la cara, y jugándonos por este acontecimiento tan singular para todos nosotros. BOM, BO, BOM, BO. Ante todo, deseo dedicar, estas, mis primeras palabras, a rendir un homenaje sincero a esta nieve que nos honra con su omnipresencia. BOM, BO, BOM, BO. A tal efecto, regalémosle un cálido aplauso. BOM, CLAP CLAP BO, CLAP, BOM, CLAP CLAP, BO. Mucha agua ha corrido desde la última jornada que nos encontró reunidos, pero aquí seguimos, con la fuerza de la palabra, y la fuerza de la razón. BOM, BO, BOM, BO. Muchos se han caído en el camino… muchos cobaaardes han abandonado la espera… pero la lealtad… la fuerrrza de los que hoy aquí estamos… ¡fue la que hizo que este día fuera posible! BOM, ¡No me BO, vengan BOM, a decir que BO, el calenBOMtamiento globBOal ni ocho cuartos! BOM, BO, BOM, BO, BOM, BO.

Esta nieve… esta nieve, mis compañeros… no la trajeron los cipayos de los meteorólogos… ¡ni los que hoy se deleitan haciendo muñecos y ayer chillaban por la lluvia en desmedro de nuestra bienamada nieveBOM!, BO, BOM, BO, BOM, BO.

Esta nieve… que hoy disfrutamos… es el fruto del trabajo que venimos desarrollando desde que ustedes, mi amado pueblo, nos confiaron el poder. Es el fruto, mis hermanos… de las gestiones que durante tantos años hemos venido realizando ante los foros correspondientes. Esta nieve… es el corolario de la incansable tarea a la que este humilde (su) servidor… ha dedicado su vidaBOM, BO, BOM, BO, BOM, BO, BOM, BO, BOM, BO, BOM, ¡IgualBO, BOMme BOdirijo a todos ellos también!... A los que hoy festejan con la conciencia sucia… a los que se llenaron la boca ¡y por qué no los bolsillos!, diciendo que nunca más iba a nevarBOM, BO, BOM, BO, BOM, BO. A ellos les digo, mi queridísimo pueblo nievófilo… a ellos les pido… siendo que todavía es tiempo… que reconsideren su voto de cara a las próximas elecciones; gracias, y hasta siempre. SÁN, SARABÁN, SARABÁ, SABARÁ, SABARÁ RAN; SÁN, SARABÁN, SARABÁ SABARÁ SABARÁN.

Continúa la programación habitual.

agosto 28, 2007

La fiesta de la sustitución


La fiesta de la sustitución es un encuentro de convocatoria anual, se realiza puntualmente todos los días 11 del mes de Agosto y, como no podía ser, se festeja el año nuevo (la fiesta es también la sustitución de otra festividad o por lo menos lo intenta)

Lo característico de estos convites es que todos los invitados asisten sustituyéndose a sí mismos, todos realizan dentro de sus limitaciones improvisadas pantomimas de sí mismos año a año con el único fin de ser reconocidos.

-El acto de sustituirse a uno mismo no es del todo fácil y aquí a partir de las 22, hora que marca el inicio de la fiesta, todos simulan ser quienes creen ser.

De esta forma intentó explicar su obra el organizador de la fiesta (no caigamos en el vicio de sospechar que el sujeto que me recibió no era verdaderamente el organizador) Mientras nos adentrábamos en el recinto continuó.

-Toda imitación tiene una gran tendencia a la exageración. Una exageración por otro lado necesaria, uno debe hacer notar, casi exclusivamente, los gestos característicos del suplantado, en este caso uno mismo, y así cumplir con el objetivo de ser identificado. Gestos vulgares nos llevan a ser confundidos con casi cualquier persona.

-Déjeme ver si entendí- dije haciendo una pausa en su relato y en nuestro andar- ¿Aquí uno viene y se suplanta?

-Exacto, usted dejará aquí una impresión de su persona, le mostrará a esta atenta concurrencia aquello que usted es. Lo fatal de todo esto es que hay escasas horas para ejecutarlo –me miró con un gesto cómplice, se inclinó hacia mí, impostó la voz y agregó- la fiesta no dura toda la vida.

El organizador reanudó la marcha. El gentío se encontraba distribuido en diferentes grupos, en el ambiente sonaba un vals eterno, mozos de frac circulaban con bandejas repletas de canapés y bebidas, columnas de mármol, inmensos candelabros colgantes, espejos y arreglos florales adornan el salón.

-Verá, los concurrentes se centran en mostrar aquello que creen es característico de cada uno, y sobre todo, como a cada uno le gustaría ser recordado. Actuar de esta forma lo coloca a uno en una sustitución -hubo un pequeño silencio, de mi parte propio de la confusión, al mismo tiempo él extendió su brazo derecho hacia el medio del salón invitándome a participar.

- Vaya, póngase su máscara y disfrute de la fiesta- se excusó inclinando levemente la cabeza y se marchó.

En el salón principal me encontré con decenas de invitados que se creen graciosos, estos se encontraban contando pésimos chistes ante muecas transigentes de los que se creen tolerantes, los cuales eran invitados a hacerles el favor de llevarles tal o cual extremidad al momento de recibir una respuesta afirmativa a la pregunta: “¿Te vas?”; chiste festejado por los que simulan una gran felicidad con exageradas carcajadas acompañadas de codazos, con fines adhesivos, hacía sus acompañantes. Uno de estos graciosos arlequines estrechó mi mano y en medio del vaivén de éstas (vaivén que el saludo amerita) las guió hacia su pelvis invitándome a saludar a un supuesto tío. Por otro lado los que ganan asiduamente a La Generala se suben a las mesas, golpeándose enérgicamente el pecho con la mano, saludando con la frente alta imaginando tácitas ovaciones.

En medio de este corso me acerqué a un grupito que se encontraba en un rincón, me pareció no haberlos visto antes pero estaban en total posesión del lugar, seguramente hacía rato se encontraban ahí, tal vez desde los inicios del encuentro, pero no llamaban la atención en lo absoluto. Se encontraban charlando en un tono mesurado de algunos triunfos, pero sobre todo de compartidos fracasos; e intercambiaban con torpes palabras intentos de enunciar sentimientos que no hacían falta explicar ya que los compartían. Poco tiempo después me di cuenta de que no estaban, este pequeño grupo era el que siempre falta al encuentro por lo tanto simulaban no estar ahí. Yo también me fui, entre notados gestos de desprecio y desaprobación.

julio 12, 2007

La Fiesta Barrial de La Tortita Negra (II)


La soledad me alcanzó en medio de la multitud hostil: se me ocurrió que ese viaje al Sur era de alguna forma también una vuelta al pasado. En eso estaba cuando me distrajo la voz del alto parlante: “Su atención por favor: se informa a los señores pasajeros que por escozor persistente en el glúteo izquierdo del CEO* de Metropolitano, el tren detenido en el andén número tres cesa su recorrido en la presente estación. Quedan vds librados a la buena de dios.”. Me importaba poco (“un rábano”, dirían algunos; otros, que seguramente se habrán visto en la situación, más bien optarán por el más violento: “un huevo”) el motivo, pero había captado el mensaje.
Una vez que hube bajado del tren: como en un sarcástico espasmo el parlante vomitó unos ruidos, y antes de que alguien pudiera reaccionar, el tren ya vacío cerró las puertas con un chiflido gozador, y se las tomó.
La partida del tren me descubrió al otro lado de las vías, cerca del edificio principal de la estación, a un empleado (tercerizado, precarizado, y todos los izados posibles) que barría con poco empeño el inútil andén número uno.
-¡Vayansé todos a la puta madre que los re-mil pario! -le grité, agitando el puño en lo alto.
Él, encarnando de pronto al representante empresarial que yo le había propuesto ser:
-¡Andate a cagar, puto de mierda!
Di por cursada mi queja, y me dediqué a buscar transporte. Alguien me dijo que ya no quedaban vehículos de la línea 426, y que tal vez podría conseguir tomar un 79 o un 160 si conseguía llegar hasta la avenida. Se me antojó extraño que alguien dijera “vehículo” para referirse a un bondi, pero me remitió una vez más a mi fantasía de pasado, la cual diluyó un poco mi ira.
Decidí caminar, y me aventuré por el sendero del lado menos urbanizado de la estación.
Hacía frío, mucho frío: frío como los de antes.


Notas al pié:

La foto es de http://ar.geocities.com/elpasoescalada/elpaso.htm, gracias!
* Sirven CEO y Ceo

junio 11, 2007

La vuelta a la calesita.


Nota introductoria: Al recibir la invitación hice un gran esfuerzo por recordar -sin éxito- cuál de todas sus alucinadas figuras era mi preferida a la hora de subir a la calesita, pero ni siquiera llegué a recordarme sobre un caballo o sobre un tren -tal vez-. Sin embargo sí estoy seguro de haber subido a muchas calesitas, es más, hasta los 8 años desconfié de las plazas que no contaban con una (para mí no eran plazas sino otra cosa). Una vez escuché que el otoño trae una infinidad de lugares comunes, por qué no hacer de este encuentro uno más.


Camino por Rodríguez Peña cuando la semana agoniza de domingo, de frente mi destino: La Plaza del Congreso. Al llegar, el viento pide bolsillos, la tarde pide paso cansado y el otoño deja un vacío en el pecho; me acerco a la reunión. Sus integrantes, calesiteros de profesión, algunos pocos todavía en servicio, la mayoría jubilados y todos poseedores de serpentinas muñecas. Congregados de pié en un círculo próximo al carrusel de la plaza, charlan y dan vueltas sobre viejos temas, hacen circular el mate y ríen al ritmo del vals. Me aproximo a saludar a los concurrentes, uno de ellos esquiva mi mano con la sonrisa de un firulete -reflejo de una eterna sortija- que termina en una invitación, la de sentarme junto a él en un banco.
Acomodados, finalmente me da la mano, dice ser el antiguo calesitero del Parque Rivadavia, ahora jubilado -jubilado por destierro, dice con rencor-, comienza directamente, sin vueltas:
-¿Joven, sabe que las calesitas están desapareciendo?

Alcancé a asentir con la cabeza y retomó de inmediato.

-Es algo realmente terrible, pero cierto, todas las calesitas de la ciudad están siendo cruelmente reemplazadas por esos modernos corralitos para perros.

Asomé un gesto comprensivo y solidario, con ganas de escuchar.

-Y esto no es lo peor, lo peor es un nuevo fenómeno que se está dando en los niños, nosotros la llamamos la nostalgia temprana. Lo he visto, creamé, son niños que extrañan la calesita, así se hayan subido a alguna o no, la extrañan igual, el dolor es el mismo.
¿Sabe usted cuántos niños he visto colgados de las rejas de esos corralitos, con sus ojos llorosos y las cabecitas entre los barrotes? ¡Aspirando olor a zorete y expirando resignación! Eso no puede estar bien señor, no pude.

Podría decir que en un principio él tenía una queja entre cejas, ahora parecería habérsele caído.

-¿Cómo puede un niño llegar a tal melancolía? Usted puede extrañar la calesita ahora que ya la ha vivido, ya ha abanicado sortijas, ha soñado con ser el jinete de un caballo o de una rana gigante, pero a los pibes de ahora se la sacaron muy rápido...muy rápido...y saben que algo les falta, lo saben cuando en la plaza sólo se escucha el murmullo de las hamacas. ¿Dónde encontrará un niño hoy un despliegue tan fantástico como el de la calesita? ¿Dónde podrán tomar el papel que quieren mientras siente el revoloteo de la sortija? La sortija...la promesa de que todo se puede repetir una vez más y gratis.

Le llegó el mate, en el momento justo, y lo atendió en seguida con un reflexivo sorbo. Segundos después el mate muere en un ronco lamento.

-Corralitos para perros.-chistó rezongando y entregó el mate en zozobra-consulta -¿A quién se le ocurre?

Era mi turno al mate y lo acepté cual naipe que asoma una ajena marca. La voz del calesitero se impostó de pasión y comenzó con una infinita comparación entre la vida y, obviamente, el carrusel. Habló de aquellos niños que prefieren ir de pié tomados de alguno de los caños perimetrales, desdeñando montar algún muñeco superficial; habló de los que sólo se preocupan por la sortija y suben con el único fin de hacerse de una, que son también los mismos que dicen con recelo que no hay justicia en la sortija; y también los mismos que están madurando.

Me volvió a alcanzar la ronda de mate, la amenaza de lunes disfrazada de dorado filamento incandescente baña el carrusel, éste gira indiferente al tiempo dejando la estela de una rubia canción brasileña. Mi visita ha concluido, me incorporo despacio, vuelvo a ofrecer mi mano al entrevistado, el saludo firme promete regreso y deja una sortija durmiendo en la palma.

mayo 16, 2007

La Fiesta Barrial de La Tortita Negra (I)


Sintió que si él, entonces,
hubiera podido elegir o soñar su muerte,
ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.
"El Sur" - J.L.B.

Despejemos las suspicacias: esta fiesta está (triunvirato cacofónico si los hay) protagonizada por ese panificado de masa semidulce y cubierto de azúcar negra que tan feliz hace a los niños cuando se acabaron las medialunas, los cañoncitos de dulce de leche, los sacramentos de membrillo, y hasta los vigilantes con pastelera.

La fiesta dura tres desayunos y tres meriendas, y tiene lugar en el predio delimitado por la cocina y el living de la casa que mi tía ocupa desde tiempos aciagos en que no había panadería decente en el barrio.

Flotando en añoranzas emprendí el viaje. Decidí desdeñar el taxi que correspondería a mi investidura de Crítico en favor del subte C, aquel que alguna vez supo alejarme de esa estación Constitución hacia la que ahora me dirigía.

Emergí entre las dársenas de los colectivos, y el aire del exterior (aún contaminado de monóxido y metales pesados) me liberó de la opresión del húmedo caldo subterráneo.

Entré en el vasto hall de la estación como quien entra en el pasado (llevaba casi 30 minutos de retraso). Ya debajo del techo abovedado, evoqué innumerables mañanas somnolientas y multitudinarias caminando como parte del corpus ferrotransportado. Pasé delante de uno de los cafés, y entre la mezcla de olores distinguí uno particularmente acre que me hizo recodar que allí moraba un gato. Sonreí cuando lo descubrí ocupando un lugar cercano a la campana de especiales de salame y queso.

Un breve trote me subió al tren justo antes de que la puerta se cerrara; le debo el favor a un cocacolero, quien la sostuvo.

Caminé a lo largo de varios vagones, y finalmente, quedé atrapado en uno que parecía estar más lleno que todos. La presión casi asfixiante de la masa humana (en general; no me refiero al voluminoso señor que estaba parado delante de mí) sobre el pecho me hizo recordar Mil y Una Mañanas intentando la imposible tarea de leer en el tren de las 8.14.

Vedada la lectura, estiré el cogote hasta conseguir ver un jirón de ventana a través del cual desfilaban interminables y parciales pintadas sindicales. La verdad es que entre lo dicho, y los vendedores ambulantes que piden paso con forzada cortesía a las multitudes más cerradas, me la pasé deseando poder leer, e inmediatamente topándome con la imposibilidad física de consumar ese deseo.

Mañana no tendré que viajar, pensé, y era como si fuera dos personas al mismo tiempo: el que se sentía melancólico por la vuelta al barrio, y el que puteaba hasta en arameo a todos los funcionarios del ferrocarril, desde el Presidente de la Nación, hasta el panchero de Cláypole. Vi el Riachuelo, con su hedor permanente; vi la bifurcación del ramal La Plata, y adiviné en su destino al puente de Sarandí; vi el puente nuevo de Gerli, pasando por sobre la playa de maniobras; vi como le arrancaban una cadenita a alguien en Lanús, y todo esto lo sentía como evocaciones, como visiones producidas por efluentes de caño de escape. También creí ver propagandas de punteros y candidatos cuyos nombres no podría recordar, ya que mi discreto conocimiento de la campaña no iba más allá de Quindimil.

Alguna vez dormí y soñé con un tren inmóvil. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer y no tardaría en ser rojo. Raro, porque el viaje toma 18 minutos.

- ¿Qué pasó, maestro?

- Otra vez se quedó este tren de mierda -contestó la desaforada Masa Humana.

Afuera, los talleres de Escalada interrumpían la expansión de la sombra del vagón.

mayo 09, 2007

Fiesta con niño intruso


I
Eres un niño de doce. Es sábado y la tarde cae sobre los suburbios bañados de sol. Caminas junto con otros dos niños por una vereda.
- Hoy mi hermano hace su fiesta de cumpleaños -escuchas decir a uno de ellos-. Van a jugar al ping pong.
Empieza en ese momento a madurar una idea en tu cabeza.
- Vamos a tu casa – le dices al niño que acaba de hablar.
En el camino se ecuentran con su hermano. Por supuesto, te quedas callado mientras el niño conversa con su hermano. El plan, aunque no tienes en claro tu objetivo aún, se ha puesto en marcha.
Llegan a destino. El hermano del niño saluda a varios de los allí presentes; lo observas detenidamente. La madre de la casa (y del niño) les indica a ti, y a los otros dos niños, que es hora de tomar la leche.
-¡Demonios! –piensas. Se te ha escapado la posibilidad de primerear la mesa de ping pong. La batalla está perdida, pero la guerra queda por definirse.
Tras sorber pacientemente el nescuic, sigues a los otros dos niños hacia la computadora; cualquier otro día te hubieras dedicado a engatuzarlos con tal de hacerte del control de los juegos, pero hoy no. Hoy el objetivo es mucho más ambicioso: insmiscuirte en la fiesta de los grandes.

II
Ya pasó la cena (empanadas de parado), y la madre del niño anfitrión les indica que es hora de dormir. A esa altura ya te has garantizado el alojamiento en la casa, incluso con la aprobación del organizador de la fiesta. No te cuesta mucho evadirte de la pieza que te asignan, abandonando a tu amigo, para llegarte hasta el jardín, donde el ping pong entra en su apogeo. Observas a los grandes jugar; silencioso, periférico: subrepticio. El primer torneo ya terminó. La mesa a tu merced, pero no; hábilmente permites que los grandes abran la tanda de amistosos, para luego mezclarte entre los aspirantes a retador. No transcurren más de 5 canciones de la banda que suena dentro de la casa, y ya estás jugando con uno de los pocos que no se arrimaron ni al recital ni al mate techado. Un par de partidos, y te incluyen en el fíxtur del siguiente torneo: ya estás adentro.

III
Ya ha cesado el ping pong, ya has jugado al poliladron (y has ganado); ya has cantado el feliz cumpleaños, ya has traspasado el límite de las 4am; el organizador te indica con poco (o ningún) margen de respuesta que es hora de que te acuestes, y ya no te importa: has triunfado, y todos los hermanos menores del mundo te considerarán un prócer por toda la eternidad.


marzo 23, 2007

Milongas I


Las milongas se desarrollan en innumerables lugares, la gran mayoría dentro de la capital federal y prácticamente durante todos los días de la semana, en ellas no se celebra nada en especial, o por lo menos nada de forma explícita. Lo que me llevó a concurrir a estos encuentros fue un viejo mito que circula en estos ambientes que vale la pena investigar.
La milonga caída en suerte por día y horario disponible en mi agenda se realiza en un primer piso, sobre una antigua confitería del centro. Desde el umbral de la confitería se comienza a percibir la música que baja desde el piso superior. Estas melodías liminares nos sumergen en un ascenso sobre una escalera de mármol que se acerca peligrosamente a un viaje al pasado. Escalón a escalón la música aumenta, bandoneones y violines nos van develando todas sus aptitudes sentimentales auspiciando acertadamente la entrada al salón.
Mesas correctamente cubiertas con manteles rodean la pista de baile, un pequeño escenario vacío extraña alguna orquesta, la pista está llena en contraposición con las mesas vacías y en medio de este marco es que me ubico a recompilar, en una de las mesas mas apartadas, todos los relatos en uno solo:

Se dice que entre las concurrentes de las milongas porteñas hay una mujer con la que compartir la pista de baile lo condena a uno para siempre, en su baile se esconde la fatalidad y sus brazos rodean una cruel incógnita.
Se sabe muy poco de su apariencia, hay quienes dicen se trata de una morocha de unos treintilargos muy bien llevados, otros dicen es una jovencita de pelo castaño de no más de veintisiete, y hasta hay quienes dicen es una rubia de aspecto angelical, pero a pesar de estos disentimientos, todos coinciden en que es eternamente joven y tan vieja como el tango, y lo cierto es que nadie puede decir con certeza cómo es su aspecto ya que quien baile con ella no sólo se enamora para siempre, sino que también la olvida en el instante en que el abrazo de los bailarines se disuelve.
Es por eso que miles de caballeros circulan las pistas de baile con la nostalgia de un amor sin rostro que duró los escasos minutos de un tango y que no pueden olvidar.
Aquellos condenados no tienen más que recorrer noche tras noche las distintas milongas en busca de un recuerdo ayuno de impresiones concretas y cargado de infinitas sospechas. Así, cada vez que estos hombres de alma errante invitan a la pista a alguna mujer la esperanza de encontrar aquella que los hechizó tiempo atrás nace con cada introducción para morir en las primeras figuras del baile, o tal vez, si es que hay suerte, las casuales compañeras podrán leer esta esperanza en la cadencia de los pasos y con un acertado acompañamiento pueden incrementar en los hombres la esperanza de creer que la mujer que tienen en sus brazos es aquella que tanto añoran. Pero será una esperanza que no podrá hacerse efectiva, ya que se sabe, la misteriosa mujer jamás vuelve a bailar con un condenado.
El mito dice que esta mujer, mezcla de ángel y súcubo, busca el alma de un hombre que sea capaz de contener la suya. Ese hombre hasta el día de hoy no la ha encontrado, tal vez no ha nacido, o peor aún, es posible que la haya cabeceado tiempo atrás sin obtener respuesta.
La mujer, incansable en su búsqueda, sigue compartiendo la pista condenando a todo aquel que la invite y el número de condenados se sigue incrementado, llegará el día en el que no haya en toda la capital un hombre a salvo, todas las pistas serán decoradas con pasos en los que se vislumbra el alma y donde seguramente todas las mujeres sean aquella que condena.

Está terminando el último tango de la tanda, lanzo una mirada hacia la pista, entre los bailarines se pueden ver algunas mujeres bailar con los ojos cerrados, otras con la mirada perdida, todas acompañadas ya no por un hombre sino por un recuerdo, por una esperanza, por un anhelo.
Está por empezar otra tanda de tangos, me levanto a probar suerte, tal vez esta noche la encuentre.

febrero 28, 2007

Casamiento de El Ogro y La Bruja


En los cuentos de hadas las brujas son malas, y en los cuentos de brujas las hadas son feas (o por lo menos, así decía la canción); pero lo que nadie discute, dados innumerables ejemplos tanto en la ficción fantástica como en la prensa amarilla, es que cuando un ogro se cruza algún ejemplar de las antes citadas etnias (en su mayoría femeninas), no hace preguntas ni se detiene a decidir que adjetivo conviene aplicar.
Seis meses después del suceso que motivó el aséptico párrafo anterior el tiempo me encontró en el espacio destinado a la fiesta post casorio de El Ogro y La Bruja.
La celeridad en la organización puede explicarse fácilmente si se repara en el semiesférico ensanchamiento del vestido de la novia en la zona pélvico-abdominal. Ya se sabe lo conservadora que es la sociedad del bosque, y ya de por sí levantó suficientes suspicacias el hecho de la "heterogeneidad" de la (feliz) pareja. Si bien las cosas cambiaron desde el moderado éxito de algunas películas, y los ogros no son tan despreciados como solían serlo, algunas viejas costumbres persisten.
La ceremonia, como cabe suponer, fue mixta. Las brujas con sus calderos y sus escobas, los ogros, menos protocolares, se dedicaron a ingerir niños y niñas especialmente traídos para la ocasión. Sobre este punto, la gente de la Comisión Ogril Por El Trato Ecuánime (COPETE) me solicitó encarecidamente que aclarase en mi crítica que los ogros sólo ingieren niños/as con fines alimentarios, y que repudian a los pedófilos, por ser (cito al COPETE): "aparte de degenerados, arruinadores de la comida".
He aquí un punto controversial: la idea de la gente a cargo de la fiesta fue la de propugnar las costumbres atemporales de ogros y brujas, postura con la que uno podría en principio estar de acuerdo (si es que se pueden discutir las posturas). Ahora, si bien yo no tengo nada en contra de ogros ni de brujas (tengo amigos ogros y amigas brujas), el hecho de que las opciones de plato principal hayan sido “Niños envueltos” y “Sopa de alas de murciélago y ojos de sapo” me parece un tanto falto de consideración. Esto último dicho sin afán de adentrarme en una discusión acerca de si el arte culinario (o cualquier otro) debe ser consciente o no de su público.
La etapa del baile fue bastante singular (por no decir patética): la música, ejecutada por una orquesta de duendes, fue por supuesto de naturaleza céltica, como corresponde a esta gente. Imaginen ahora a una horda de ogros intentado bailar ese tipo de música con un grupo de brujitas. Triste. Celebro, sin embargo, la ausencia del carnaval carioca.
En definitiva, la fiesta transcurrió con toda la normalidad que los mentados seres imaginarios pueden permitirse. En cuanto a este humilde crítico, se murió de hambre.

febrero 23, 2007

After Office


Siendo que en mis ratos libres de la crítica encarnizada encarno (con perdón de la palabra) a un empleado de oficina tan gris como muchos otros, llegó a mis manos (o mejor dicho, a mi Bandeja de Entrada) una invitación para un “after office”.
El lugar propuesto: un bar (o pab) de esos en los que entre las cervezas se sirven pizzas y que agotan las gargantas de la gente que se empeña en comunicarse a pesar de la música y el bullicio generalizado.
En esas circunstancias las corbatas (con el último botón desabrochado, por supuesto) se entreveran con los escotes esgrimiendo risas estridentes en medio de remolinos etílicos e insultos jerárquicos.
Como buen (en el sentido de pericia y no de bondad, por supuesto) crítico, emprendí el viaje por el país de Oz con los ojos bien abiertos; los oídos hacían lo que podían, empantanados como estaban en el viscoso sonido emanado por los enormes bafles.
No me crucé con el león cobarde, pero me topé con dos personas conversando, o mejor dicho, uno hablando y otro escuchando. El que escuchaba es nuevo en la empresa, y el que hablaba lleva algún tiempo en ella, aunque no mucho. Éste le cuenta al otro la mayor variedad de escabrosos sucesos oscuros de la compañía, los cuales le fueron referidos por algún empleado más viejo que él en algún otro “after office”, con algunos manices a modo de escenografía comestible.
-Y sí, el contador dejó a la mujer, y se las tomó con una minita que laburaba acá en el archivo a vivir al sur. –decía el viejo, con aires altaneros.
-No te puedo creer… –retrucaba el nuevo con aires de pelotudo.
Seguí de largo, y al pasar cerca de la pista de baile pude ver a varios hombres de hojalata tratando de sumar puntos con las féminas que hasta el bar se habían llegado.
Unos metros más cerca de la barra, me topé con dos personas que discutían encarnizadamente sobre si hacía demasiado frío o demasiado calor (aunque ninguna chance tenían de acceder al control remoto del acondicionador de aire).
-Hay que ponerlo en 24, ¿no viste la propaganda?
-Pero no me vas a decir que no tenés calor…
-¡No! Tengo frío. ¿No vez que tengo un puesto un pulóver?
Finalmente, y ya con una clara idea de lo que la fiesta significaba me senté en las cercanías de otro grupete, en el que uno llevaba la voz dominante y varios escuchaban.
-Y sí, la semana que viene es la última… -decía.
-¿Y cómo vas a vivir? –le preguntó alguien.
-Para empezar tengo algo de plata ahorrada, y después veré… Tengo ganas de trabajar en alguna escuelita… qué sé yo… matemática puedo enseñar…
-La verdad que hay que tener muchos huevos, ¿eh? –acotó alguno.
-Yo no sé si podría… soy un bicho de ciudad… -dijo otro.
-Sí, yo también, pero no me bancaba más todo esto, y quiero ver si alejándome un poco aprendo a valorar un poco más a las cosas que verdaderamente importan, qué sé yo…
Dicho esto, el grupo se sumió en un extraño silencio en medio de todo el ruido, y los ojos de sus participantes se perdieron en lejanías impensadas en la estrechez de las paredes del bar.
Junté mis cosas, y me fui, deseando que el lunes no llegara nunca.

febrero 15, 2007

Ex-Calibur


No seré el rey de oeste-allende-los-mares; no seré el heredero de la corona del legendario Uther Pendragon.

Algo de los poderes terrenales me ha sido develado por un druida del sur; pude comprobar como aún suministrada por mis torpes manos la pócima cumplió su cometido. Sólo fue un chispazo esa luz que me bastó para imaginar un futuro reinado, aquella plenitud de los ávidos de poder.

Comparables en magnitud fueron la euforia al ver la puerta entreabierta y la decepción tras comprender que en esa misma piedra en la que se halla incrustado el metal iban a naufragar mis sueños de grandeza imperial.

Indemne como los pensamientos de los grandes hombres, brillante como los frutos del trabajo de los buenos artesanos: así, como una burla, reposando en su pétreo lecho, así me demuestra mi fragilidad ante las cosas que verdaderamente importan.

Fui demasiado débil para lograr arrancar al destino de áureas cortes y banquetes abundantes de las entrañas de ese blanco mineral.

Desde entonces vago incansablemente (tamaña paradoja) y mis velados ojos observan, entreverados con los jirones de pelo que oscurecen mi semblante. Esta pasiva búsqueda sigue (y seguirá); el saber que no soy el elegido no me privará de ser quién encuentre a Quién sea digno de serlo.

Fragmento de "Cambiar un cuerito".

diciembre 01, 2006

La fiesta del abandono


Luego de recorrer la extensa lista de invitaciones a la que estamos acostumbrados, me encontré con este nombre “La fiesta del abandono” en el rubro “Poco menos que un velorio”. Esa noche no andaba con mucho ánimo y si bien “Festejos desmesurados en función de un mal común” desbordaba de invitaciones opté por algo más tranquilo. (aunque igual de triste)

Al llegar a la fiesta ninguna persona parecía quejarse, frases del tipo: “Los hombres son todos iguales”, “Están todas desquiciadas”,” Las mujeres son todas iguales”; generalizaciones propias del maltrato y el resentimiento, a diferencia de lo que creí, no parecían ni siquiera asomarse en las conversaciones. La alegría y el balie reinaban en todas partes, y los pocos que no estaban subidos a este tren (y me refiero al baile en general y no al trencito humano que suele aparecer en el colmo del jolgorio) eran fervientemente invitados por los más alegres -o los más molestos- a sumarse y dejarse llevar por la música, y aquí hay algo que me llamó la atención. ¿Cuál es la razón de ese comportamiento, qué lleva a estas personas, éstas que obligan y hasta sentencian malestares o tristezas en aquellos que están un tanto apartados del alboroto general, a desear que los estáticos se sumen? Como si eso hiciera que sientan lo mismo que todos los demás, o que por lo menos lo parezca. No sé qué buscan, pero lo que es seguro es que no entienden razones y sólo conocen dos remates, logran sumar a sus víctimas o las dejan entre grandes insultos y gestos de fastidio. (Vale aclarar que esto no es un hecho particular de esta fiesta, estos seres están en todas)
Volviendo a analizar la fiesta en función de como fue catalogada, nada de lo que esperaba se estaba dando, no había llantos desconsolados, ni esfuerzos por olvidar, ni siquiera una mirada perdida, tal vez porque ya era demasiado tarde y había llegado a la hora de la resignación. Pero cuando comenzaba con la sutil huida (sutil ya que también están aquellos que se enojan y no quieren que uno abandone la fiesta, y ésta estaba llena de abandonos) logré ver a una muchacha en un banco del patio sentada de espaldas a la casa, con la mirada perdida en los matorrales de los fondos. Estaba alejada de todo, apenas había luz donde ella estaba y la música era un lejano murmullo. Me acerqué despacio, a pocos pasos, sin mirarme, me dijo una sola palabra.
-Volviste- fue más que una palabra, lo aseveraba.
No logré verla bien, pero estaba seguro que no la conocía, me era imposible estar volviendo a ella apenas si estaba llegando.
-Me parece estás confundida- le dije con un poco de miedo pero sin dejar de acercarme.
-Siempre me decís lo mismo... Sentate, dale, acompañame un ratito nada más, es lo único que te pido.
Me senté a su lado despacio y en silencio, ella siguió con su mirada fija al frente, nos quedamos sin hablar. Pasamos un largo rato juntos, sentados allí en la oscuridad no sabía cómo iba a terminar esto, qué buscaba ella o si esperaba algo de mí, tal vez alguna palabra o algún gesto. El silencio no le incomodaba en lo absoluto, de reojo espié su rostro, parecía estar disfrutando el momento. Tenía la mirada perdida y una pequeña sonrisa como quien evoca un sueño, a mí la situación me inquietaba, tal vez no tenía nada en que soñar. Tiempo después rompí el silencio un poco confundido.
-Me voy, disculpame pero no soy quien vos creés- le dije con algo de indiferencia.
-Yo estoy segura de saber quién sos, por favor, no te vayas, acompañame un rato más-
su voz se quebró al final, su posición también cambió, ahora miraba levemente hacia abajo.
No tenía sentido que me quedara, o no se lo encontraba, me levanté sin mirarla.
-Me voy.
-No te podés imaginar lo que duele que me digas eso- respondió y al mismo tiempo se tomó la cara con ambas manos. (creo, lloraba)
No supe qué hacer más que cumplir con lo dicho en un principio y me alejé. Antes de entrar a la casa me di vuelta, la miré otra vez y creí conocerla. Hice unos pasos hacia adentro y lo supe. Todos los abandonos son iguales, un pedido por que la otra persona sienta algo que ya es incapaz de sentir, y que la convierte en una totalmente desconocida. Ya no tenía más que hacer ahí, así que me fui.
Al salir del recinto pude ver que en la casa de enfrente también se estaba organizando una fiesta, y no es que tenga una gran vocación de crítico de fiestas, pero me pareció estar adivinando lo que había pasado, estaba en la fiesta equivocada. La verdadera fiesta del abandono quedaba enfrente y no era más que una fiesta de bailes desenfrenados, charlas a los gritos con personas pero sin interlocutores y todo tipo excesos (el abandono parecía ser de cordura) En el momento en que entré a la casa el trencito estaba en su punto más alto (El carnaval carioca funcionaba como locomotora) definitivamente la fiesta del abandono es una donde uno va y se abandona, no había ninguna diferencia con la anterior, salvo por aquella muchacha. Egresé de ésta también decepcionado, no me interesó en lo absoluto, y está bien, el abandono lleva algo de eso.

octubre 23, 2006

5 cosas


Pulgar, índice, mayor, anular y meñique. Cualquiera que no esté buscando un problema de pensamiento lateral en esa secuencia se habrá dado cuenta de que estamos hablando de los dedos de una mano (o de cualquier mano humana). Sobre éstos se ha escrito mucho, hasta existe un juego de niños (aparten a los malpensados) que habla de una supuesta discusión entre estos cinco compañeros por la ingesta de un huevo duro. Incluso se conocen dos versiones del hecho: algunos sostienen que fue el Pulgar quien se lo comió (tal vez prejuzgándolo por su robustez); otros que fue "...este chiquitito picarón". Pero no vamos a entrar en ese tema ahora, si bien lo del huevo duro resultó muy traumático para los dedos anular, mayor e índice, lo importante es: ¿Cuántos de nosotros sabemos cómo se llaman los dedos del pie? Y me atrevo a preguntar un poco más: ¿tienen nombre?
Aparte la silla del escritorio por un segundo, descálcese por completo (si ya estaba usted descalzo déjeme decirle que es mujer). ¡Loco, mirate los pieses! Todos podemos reconocer claramente al dedo gordo y al meñique (tal vez algunos reconozcan también que son unos mugrosos) ¡¿Pero qué pasa con el resto del los dedos, eh?! Los más sagaces se animan a bautizar a uno más fuera de este afamado duo de El Gordo y El Meñique; lo llaman "El del Medio", viéndose incapaces de poder nombrar a alguno de ellos como mayor, puesto que esa característica varía según la persona. Pero tampoco es cuestión de despreciarlos así, después seguramente nombrarán al contiguo del meñique "El de al Lado del Meñique" y al que falta "El de al Lado del Gordo" haciendo un bautismo totalmente posicional de estos respetables apéndices articulados*, y no se lo merecen.
La asociación Amigos de los Dedos del Pie, está realizando una convocatoria abierta para terminar con esta triste injusticia. Se ha colocado una urna, al pie de la entrada a la sede central, donde cada uno de nostros podrá introducir los nombres para bautizarlos. Aclaran que no son unos "fanáticos enfermos" y que no hagan caso a los rumores que dicen que para que sea válida la participación el nombre debe ser escrito con el pie, situando el lápiz entre los dedos a bautizar, aseguran que llegado el día del bautismo todos los papelitos serán tratados por igual, una niña de algún jardín de infantes vecino se encargará de meter su piesito en la urna y con los ojos vendados retirá los cinco agraciados nombres. Estamos todos invitados a participar.





(*)Definición de la palabra "dedo" según La Real Academia Española.

julio 13, 2006

Encuentro anual de la asociación argentina de adivinos y oráculos varios



Nota introductoria: Si bien no soy muy amigo de estas destrezas no pude resistir la tentación de asistir al encuentro que muy gentilmente fuimos invitados, ayudó mucho a este deseo de participación la forma en que cerraron la invitación, transcribo sus palabras: “Sabemos que contaremos con su presencia”. De todas formas asistí con la sospecha de una fiesta para nada agradable, pero es nuestro trabajo.

Fui recibido por quien decía ser el presidente de la asociación argentina de adivinos y oráculos varios, este sujeto comenzó con una breve reseña de lo que es la asociación que no viene al caso puesto que esto se trata de fiestas y no de sociedades anticipadoras de sucesos. En cambio los detalles sobre cómo se organizó dicho evento sí nos interesa y son más que curiosos. Por empezar la fecha de la fiesta no fue divulgada entre los socios, todos asistieron adivinando fecha y hora del encuentro, inmediatamente me animé a pronosticar que seguramente había algunos que llegaron con varios días de anticipación y otros tal vez lleguen para alguna otra reunión, el presidente me ratificó esto ultimo, muchos llegan hasta meses antes y otros meses después, y me contó además que había un gesto similar en estos grupos de participantes a destiempo. Ellos se excusan diciendo que tal vez el encuentro en realidad es aquel otro y no éste, que nadie asiste (o casi nadie) y que son una porquería, el presidente terminó esta confesión diciendo que todos tenían razón. Que el encuentro es no sólo éste, sino que son todos, que cada vez que alguien se acercaba invocado por alguna carta de tarot, por alguna línea fusiforme de una palma o por cualquier otro vaticinio el encuentro anual de adivinos y oráculos varios era ése.

Esto ultimo, que no era más que un intento de justificar alegóricamente las predicciones erróneas de sus socios, me sorprendió, pero no gratamente, me invadieron unas enormes ganas de transformar este encuentro en una perdida inmediata. El presidente malinterpretó este gesto de sorpresa, o se quedó sólo con el principio, y cortinándome la salida empezó a explicarme, muy entusiasmado, lo que vendría siendo la filosofía del adivino y el oráculo vario. Esta filosofía consta en no sólo saber lo que el futuro le depara a la persona, sino también en poder presentir qué, de todo lo anticipado, le era conveniente contar o no contar. “Muy pocos quieren saber la verdad” me dijo después de mirar hacia ambos costados y tapándose la boca con la palma de la mano. Y entre confesiones de desprecio hacia aquellos que escriben los horóscopos, sobretodo a los del antiguo chicle “Bazooka”, y entre otras cosas me dijo que existen muchas personas que los consultan pero que en realidad desean un futuro incierto “Los trae la curiosidad pero se asustan ante nuestros anticipos y prefieren no creer, no quieren pensar que su futuro ya está escrito. Entonces les mentimos”.

Me quedé pensando en esto por unos segundos hasta que fui interrumpido por la invitación de una señora a participar del juego del “Veo, veo” junto con otros vehementes socios. Inmediatamente después de rechazar ese obsequio se me acerca un sujeto y, poniendo su mano derecha en mi frente, me dice: “Pensá en un número, sumale 148, dividilo por 2, restale una desilusión y sumale un sueño de la infancia... El resultado corresponde a una letra en el abecedario, pensá en un animal que empiece con esa letra...”. El olor a alcohol que despedía esa persona y la humedad de su mano me hicieron retroceder, tropecé con lo que quedaba de otro socio que entre risas ebrias, y mientras se tomaba la cabeza con ambas manos, me dijo que una vez había leído un “puto el que lee” en la palma de una clienta. El presidente se vuelve a acercar a mí y muy insistentemente se ofrece a leerme la mano, mientras huía de él robé de una mesa donde jugaban al “Ahorcado” una birome, me escribí en la palma: “Dejame salir”, y se la extendí. “Usted va a emprender un viaje”, me dijo, yo le respondí que lo iba a hacer en ese mismo momento y me fui.

Mi predicción fue más que acertada, por lo que por momentos me sentí un participante más del encuentro y no un colado, pero de todas formas me retiré, la fiesta era un desastre.

Una caja de decepciones



Pónganse en situación: era esa hora a la que la salida del subte duele, y abrir los ojos para cruzar la calle es un lujo que este humilde narrador no puede permitirse. En esas condiciones me llevaron mis piernas (con fuerte influencia de mi estómago vacío) al supermercadito conocido, en jerga, como “Los Chinos”.

Una vez allí me dirigí a la góndola refrigerada de los yogures de la cual partí apenas unos segundos más tarde llevando una parejita de cremix de vainilla. Mientras caminaba por el corredor oeste en dirección sur-norte agarré distraídamente un paquete de cerealitas (de los grandes) justo en el momento en que comencé a notar que la vaguedad color verde que se plantaba frente a mi vista, era en efecto un anaquel de knorr. Comenzó a madurar en mí, entonces, ese empuje que hace falta para que los deseos se vuelvan decisiones, y, mientras apoyaba en la mesa de la cajera el resto de las cosas que llevaba conmigo, ya mi mirada no se desvió.(*)

Tiempo más tarde, tal vez tres horas, el hambre me llevó a volcar el contenido de uno de los sobrecitos en el fondo de mi taza. El color del polvillo era prometedor, punto para quien dijo cuánto de tal o cuál colorante. Llegó el momento de la verdad y el agua caliente cayó del dispenser a la taza y la transformación comenzó a darse: el polvillo se transformaba en sopa. Sopa que se reveló como una sopa cualunque a tal punto, que es transparente, a diferencia de toda sopa crema que se precie de tal. El sabor no representa ninguna novedad respecto de las sopas de verduras conocidas hasta hoy, y encima, deja la taza bastante sucia. Dejo a cargo del lector la simplísima tarea de decidir si mi crítica es positiva, o de las de siempre.

(*) La frase previa no está mal conjugada, es un vivo alegato en favor de la teoría del tiempo curvilíneo.

Fiesta de cumpleaños en Mc Donald´s

El sector donde se desarrollará el encuentro está delimitado torpemente por dos sillas atadas con un precario cartel que pregona, en letras de colores, “¡Bienvenidos!”. De todas formas algunos comensales del lugar invaden sin darse cuenta la zona festejada, pero al sentarse y notar los globos que cubren los costados de las sillas huyen sin demasiado escándalo. El pequeño cumpleañero juega solo en el pelotero mientras su madre termina de cerrar los últimos detalles con una empleada del lugar (de las de camisa blanca).

Comienzan a llegar los diminutos participantes, la madre invita a los gritos a su hijo a recibir cordialmente de ellos. El agasajado espía desde el fondo del pelotero los regalos que estos le traen, más específicamente tamaño y forma de los paquetes (en su mirada se puede notar la frase “si no viene en una caja grande debe ser ropa”). Algunas de las madres de los invitados prefieren tomar ubicación en mesas fuera de la zona de cumpleaños para relojear a sus hijos. Muchas amagan levantarse al ver a su pequeño colgarse de la entrada del pelotero y balancearse en forma pendular hacia una segura muerte por pelotitas de plástico, pero por temor a invadir el espacio, físico y moral de la fiesta, no lo hacen y se sientan lentamente deseando que su pequeña criaturita no se lastime.

Todos los niños dentro del pelotero saltan, gritan, algunos mantienen pequeñas charlas del tipo “Vamos para allá” o “¡Viste!”, y todos se arrojan pelotitas de colores, hay en esta acción de arrojar esféricos coloreados una clara radiografía, los más felices las arrojan en forma de lluvia hacia sus compañeros en un gesto casi amistoso, los más infelices las arrojan con rencor, de a una y con certera puntería a la cara.

Cerca de la entrada al pelotero se encuentra sentado, solo, Ronald el payaso insignia de Mc Donald's, se lo puede ver ocupando un costado de un banco, con un brazo extendido sobre lo que resta de respaldo, a la espera de alguien que lo acompañe. En su rostro blanco y rojo, se le puede ver dibujada una sonrisa, no es muy enfática (seguramente para no parecer contento de estar solo en los ratos en que no está acompañado, que para serles sincero son demasiados) es una sonrisa de arco pequeño, podría decirse de compromiso, yo creo que es un gesto que exterioriza su felicidad, una felicidad ajena, felicidad por aquellos que corren, saltan y juegan en el pelotero que está frente a él, felicidad por ver que algunos gozan de libertad, felicidad de saber que la libertad existe así sea para otros. Una felicidad que proyecta en sí al ver la libertad de los demás, felicidad que es hija de una resignación, resignación de saber que es su destino la pausa perpetua. Resignación que es hija de un deseo de libre movimiento olvidado mucho tiempo atrás. Y ahí se encuentra el viejo Ronald, sentado solo en el umbral del pelotero, a veces con cortas visitas, de unos pocos segundos, de los pequeños que deambulan frenéticos por la zona. Al terminar la fiesta, muy pocos se despidieron de este inmutable y fiel custodio, él, por supuesto, permaneció sentando (y lo hará por la eternidad), con la misma sonrisa, la mirada perdida hacia el pelotero, seguramente imaginando niños que juegan, saltan, gritan y corren. Imaginando algo que no pudo ser, algo que lo ha dejado fuera pero que siente muy cerca, a más o menos 4 pasitos de un niño de la altura reglamentaria para hacer uso del pelotero. Imaginando libertad.

julio 12, 2006

Triste Fiesta


La celebración comenzó pasada la medianoche, cuando las puertas del establecimiento se cerraron para todos aquellos que no perteneciesen al selecto grupo de amigos del anfitrión. El inicio se dio de forma lenta y tranquila, la pista se fue poblando por pequeños grupos de no más de 6 personas, las pocas mesas que había ya estaban ocupadas al momento de mi arribo. Poco a poco el lugar se fue llenando de hombres y mujeres que se notaba eran amigos de hacia largo tiempo (digamos un mínimo de 7 años y medio), los saludos entre ellos eran de largos abrazos, acompañados por un frote final de palmas en los omóplatos y miradas sonrientes.

Pasada la primer hora de este encuentro casi fraternal, el comportamiento de los presentes me llamó la atención de inmediato, sobresaltos de euforia nacían y morían en pocos minutos, cada grupito en diferentes instantes y de distinta duración; éstos se intercalaban con intervalos, entre estallido y estallido eufórico, con momentos de calma llenos de miradas tímidas y tristes, todo el grupo experimentaba este cruzar de miradas unos segundos para luego cambiar rápidamente a la euforia y de ahí a la tristeza, y luego a la euforia e inmediatamente después a la tristeza, en un circulo ciclotímicamente infinito, y esto era sólo el comienzo. Pasadas las dos de la madrugada se acerca uno de los invitados (me pareció raro yo no lo conocía pero me hablaba como si fuéramos viejos amigos ) al verme sin copa alguna en la mano me aconseja tomar algo con las siguientes palabras “Empezá a tomar, mirá que a las 3 esto se convierte en un confesionario donde sólo existen dos tipos de tipos (el sujeto no estaba lucido del todo): o estás en pedo y te descargás, o estás bien y tenés que consolar a todos los borrachos...y como verás (me muestra una copa de una bebida blanca) yo elegí ponerme en pedo”.

Dadas la tres de la madrugada, almas errantes llenas de dolor se arrastran por los rincones en busca de un hombro donde apoyarse; nadando en malos recuerdos, hordas de melancólicos borrachos se acercan a aquellos que gozan de poco alcohol en la sangre. Personas que se toman la cara y piden, entre lágrimas, disculpas sobre hechos pasados y arrinconan viejas decepciones. La pista se llena de bailes de manos alzadas, cabezas gachas y lágrimas en los pieses. Me acerco un poco con temor a uno que parecía estar aún en sus cabales, lo miro en señal de “¿Qué carajo pasa? ” él se acerca a darme una explicación cuando una ebria se interpone en nuestro camino y nos envuelve con sus brazos junto a un grito donde sus palabras no se correspondían con la entonación “¡Qué pasa chicos!“ al ver esto el flaco al otro lado de ese triste monigote se despide de toda cordura vaciando dentro de sí una botella de Fernet (sí, sola, sin coca).

Empecé a buscar la puerta, en el camino se me colgaron varias personas, dos comentaron que ya no soportan vivir sin sus novias, cinco me confesaron que odian sus vidas, cuatro de haber pensado alguna vez matar a su madre y dos dijeron que sentían algún aprecio hacia mi persona (para ser mas precisos transcribo sus palabras: “Pero... de en serio boludo, yo a vos te quiero” )

Sin duda una de las fiestas más tristes de la historia.

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