mayo 09, 2007

Fiesta con niño intruso


I
Eres un niño de doce. Es sábado y la tarde cae sobre los suburbios bañados de sol. Caminas junto con otros dos niños por una vereda.
- Hoy mi hermano hace su fiesta de cumpleaños -escuchas decir a uno de ellos-. Van a jugar al ping pong.
Empieza en ese momento a madurar una idea en tu cabeza.
- Vamos a tu casa – le dices al niño que acaba de hablar.
En el camino se ecuentran con su hermano. Por supuesto, te quedas callado mientras el niño conversa con su hermano. El plan, aunque no tienes en claro tu objetivo aún, se ha puesto en marcha.
Llegan a destino. El hermano del niño saluda a varios de los allí presentes; lo observas detenidamente. La madre de la casa (y del niño) les indica a ti, y a los otros dos niños, que es hora de tomar la leche.
-¡Demonios! –piensas. Se te ha escapado la posibilidad de primerear la mesa de ping pong. La batalla está perdida, pero la guerra queda por definirse.
Tras sorber pacientemente el nescuic, sigues a los otros dos niños hacia la computadora; cualquier otro día te hubieras dedicado a engatuzarlos con tal de hacerte del control de los juegos, pero hoy no. Hoy el objetivo es mucho más ambicioso: insmiscuirte en la fiesta de los grandes.

II
Ya pasó la cena (empanadas de parado), y la madre del niño anfitrión les indica que es hora de dormir. A esa altura ya te has garantizado el alojamiento en la casa, incluso con la aprobación del organizador de la fiesta. No te cuesta mucho evadirte de la pieza que te asignan, abandonando a tu amigo, para llegarte hasta el jardín, donde el ping pong entra en su apogeo. Observas a los grandes jugar; silencioso, periférico: subrepticio. El primer torneo ya terminó. La mesa a tu merced, pero no; hábilmente permites que los grandes abran la tanda de amistosos, para luego mezclarte entre los aspirantes a retador. No transcurren más de 5 canciones de la banda que suena dentro de la casa, y ya estás jugando con uno de los pocos que no se arrimaron ni al recital ni al mate techado. Un par de partidos, y te incluyen en el fíxtur del siguiente torneo: ya estás adentro.

III
Ya ha cesado el ping pong, ya has jugado al poliladron (y has ganado); ya has cantado el feliz cumpleaños, ya has traspasado el límite de las 4am; el organizador te indica con poco (o ningún) margen de respuesta que es hora de que te acuestes, y ya no te importa: has triunfado, y todos los hermanos menores del mundo te considerarán un prócer por toda la eternidad.


4 comentarios:

Juan Jose dijo...

Que bueno es mezclarse en fiestas de grandes, sobre todo cuando los grandes no saben que estas... ahí uno puede descubrir un mundo nuevo... un mundo de grandes...

Crítico N° 625 dijo...

Si en algo se parece el colado al crítico es que ambos no admiten siquiera una tangente al núcleo de la fiesta. El colado no propone brindis, no baila el vals con la novia, no saca el anillo, ni mucho menos juega al poliladron (y gana).

Anónimo dijo...

Me gusto.
No voy a hacer comentarios sobre fiestas, yo siempre soy el que esta al costado; asi que de ese tema yo no se nada. Dejo que los fiesteros lleven la palabra (Parola, suena a mi costado)

Anónimo dijo...

Pero es una historia muuuy verídica; yo estuve allí, en el lugar de los acontecimientos, viendo al anfitrión (cualquier parecido con Crítico Nº2 es pura coincidencia) transformarse en Moon-Ra, El Inmortal, para sugerirle al niño que se retirara a sus aposentos (prestados, en aquella ocasión). ¡Al fin y al cabo, la única misión del niño era permitir que yo pudiera derrotar a alguien que no sea Kux al ping-pong!

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