mayo 16, 2007

La Fiesta Barrial de La Tortita Negra (I)


Sintió que si él, entonces,
hubiera podido elegir o soñar su muerte,
ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.
"El Sur" - J.L.B.

Despejemos las suspicacias: esta fiesta está (triunvirato cacofónico si los hay) protagonizada por ese panificado de masa semidulce y cubierto de azúcar negra que tan feliz hace a los niños cuando se acabaron las medialunas, los cañoncitos de dulce de leche, los sacramentos de membrillo, y hasta los vigilantes con pastelera.

La fiesta dura tres desayunos y tres meriendas, y tiene lugar en el predio delimitado por la cocina y el living de la casa que mi tía ocupa desde tiempos aciagos en que no había panadería decente en el barrio.

Flotando en añoranzas emprendí el viaje. Decidí desdeñar el taxi que correspondería a mi investidura de Crítico en favor del subte C, aquel que alguna vez supo alejarme de esa estación Constitución hacia la que ahora me dirigía.

Emergí entre las dársenas de los colectivos, y el aire del exterior (aún contaminado de monóxido y metales pesados) me liberó de la opresión del húmedo caldo subterráneo.

Entré en el vasto hall de la estación como quien entra en el pasado (llevaba casi 30 minutos de retraso). Ya debajo del techo abovedado, evoqué innumerables mañanas somnolientas y multitudinarias caminando como parte del corpus ferrotransportado. Pasé delante de uno de los cafés, y entre la mezcla de olores distinguí uno particularmente acre que me hizo recodar que allí moraba un gato. Sonreí cuando lo descubrí ocupando un lugar cercano a la campana de especiales de salame y queso.

Un breve trote me subió al tren justo antes de que la puerta se cerrara; le debo el favor a un cocacolero, quien la sostuvo.

Caminé a lo largo de varios vagones, y finalmente, quedé atrapado en uno que parecía estar más lleno que todos. La presión casi asfixiante de la masa humana (en general; no me refiero al voluminoso señor que estaba parado delante de mí) sobre el pecho me hizo recordar Mil y Una Mañanas intentando la imposible tarea de leer en el tren de las 8.14.

Vedada la lectura, estiré el cogote hasta conseguir ver un jirón de ventana a través del cual desfilaban interminables y parciales pintadas sindicales. La verdad es que entre lo dicho, y los vendedores ambulantes que piden paso con forzada cortesía a las multitudes más cerradas, me la pasé deseando poder leer, e inmediatamente topándome con la imposibilidad física de consumar ese deseo.

Mañana no tendré que viajar, pensé, y era como si fuera dos personas al mismo tiempo: el que se sentía melancólico por la vuelta al barrio, y el que puteaba hasta en arameo a todos los funcionarios del ferrocarril, desde el Presidente de la Nación, hasta el panchero de Cláypole. Vi el Riachuelo, con su hedor permanente; vi la bifurcación del ramal La Plata, y adiviné en su destino al puente de Sarandí; vi el puente nuevo de Gerli, pasando por sobre la playa de maniobras; vi como le arrancaban una cadenita a alguien en Lanús, y todo esto lo sentía como evocaciones, como visiones producidas por efluentes de caño de escape. También creí ver propagandas de punteros y candidatos cuyos nombres no podría recordar, ya que mi discreto conocimiento de la campaña no iba más allá de Quindimil.

Alguna vez dormí y soñé con un tren inmóvil. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer y no tardaría en ser rojo. Raro, porque el viaje toma 18 minutos.

- ¿Qué pasó, maestro?

- Otra vez se quedó este tren de mierda -contestó la desaforada Masa Humana.

Afuera, los talleres de Escalada interrumpían la expansión de la sombra del vagón.

mayo 09, 2007

Fiesta con niño intruso


I
Eres un niño de doce. Es sábado y la tarde cae sobre los suburbios bañados de sol. Caminas junto con otros dos niños por una vereda.
- Hoy mi hermano hace su fiesta de cumpleaños -escuchas decir a uno de ellos-. Van a jugar al ping pong.
Empieza en ese momento a madurar una idea en tu cabeza.
- Vamos a tu casa – le dices al niño que acaba de hablar.
En el camino se ecuentran con su hermano. Por supuesto, te quedas callado mientras el niño conversa con su hermano. El plan, aunque no tienes en claro tu objetivo aún, se ha puesto en marcha.
Llegan a destino. El hermano del niño saluda a varios de los allí presentes; lo observas detenidamente. La madre de la casa (y del niño) les indica a ti, y a los otros dos niños, que es hora de tomar la leche.
-¡Demonios! –piensas. Se te ha escapado la posibilidad de primerear la mesa de ping pong. La batalla está perdida, pero la guerra queda por definirse.
Tras sorber pacientemente el nescuic, sigues a los otros dos niños hacia la computadora; cualquier otro día te hubieras dedicado a engatuzarlos con tal de hacerte del control de los juegos, pero hoy no. Hoy el objetivo es mucho más ambicioso: insmiscuirte en la fiesta de los grandes.

II
Ya pasó la cena (empanadas de parado), y la madre del niño anfitrión les indica que es hora de dormir. A esa altura ya te has garantizado el alojamiento en la casa, incluso con la aprobación del organizador de la fiesta. No te cuesta mucho evadirte de la pieza que te asignan, abandonando a tu amigo, para llegarte hasta el jardín, donde el ping pong entra en su apogeo. Observas a los grandes jugar; silencioso, periférico: subrepticio. El primer torneo ya terminó. La mesa a tu merced, pero no; hábilmente permites que los grandes abran la tanda de amistosos, para luego mezclarte entre los aspirantes a retador. No transcurren más de 5 canciones de la banda que suena dentro de la casa, y ya estás jugando con uno de los pocos que no se arrimaron ni al recital ni al mate techado. Un par de partidos, y te incluyen en el fíxtur del siguiente torneo: ya estás adentro.

III
Ya ha cesado el ping pong, ya has jugado al poliladron (y has ganado); ya has cantado el feliz cumpleaños, ya has traspasado el límite de las 4am; el organizador te indica con poco (o ningún) margen de respuesta que es hora de que te acuestes, y ya no te importa: has triunfado, y todos los hermanos menores del mundo te considerarán un prócer por toda la eternidad.


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