
En los cuentos de hadas las brujas son malas, y en los cuentos de brujas las hadas son feas (o por lo menos, así decía la canción); pero lo que nadie discute, dados innumerables ejemplos tanto en la ficción fantástica como en la prensa amarilla, es que cuando un ogro se cruza algún ejemplar de las antes citadas etnias (en su mayoría femeninas), no hace preguntas ni se detiene a decidir que adjetivo conviene aplicar.
Seis meses después del suceso que motivó el aséptico párrafo anterior el tiempo me encontró en el espacio destinado a la fiesta post casorio de El Ogro y La Bruja.
La celeridad en la organización puede explicarse fácilmente si se repara en el semiesférico ensanchamiento del vestido de la novia en la zona pélvico-abdominal. Ya se sabe lo conservadora que es la sociedad del bosque, y ya de por sí levantó suficientes suspicacias el hecho de la "heterogeneidad" de la (feliz) pareja. Si bien las cosas cambiaron desde el moderado éxito de algunas películas, y los ogros no son tan despreciados como solían serlo, algunas viejas costumbres persisten.
La ceremonia, como cabe suponer, fue mixta. Las brujas con sus calderos y sus escobas, los ogros, menos protocolares, se dedicaron a ingerir niños y niñas especialmente traídos para la ocasión. Sobre este punto, la gente de la Comisión Ogril Por El Trato Ecuánime (COPETE) me solicitó encarecidamente que aclarase en mi crítica que los ogros sólo ingieren niños/as con fines alimentarios, y que repudian a los pedófilos, por ser (cito al COPETE): "aparte de degenerados, arruinadores de la comida".
He aquí un punto controversial: la idea de la gente a cargo de la fiesta fue la de propugnar las costumbres atemporales de ogros y brujas, postura con la que uno podría en principio estar de acuerdo (si es que se pueden discutir las posturas). Ahora, si bien yo no tengo nada en contra de ogros ni de brujas (tengo amigos ogros y amigas brujas), el hecho de que las opciones de plato principal hayan sido “Niños envueltos” y “Sopa de alas de murciélago y ojos de sapo” me parece un tanto falto de consideración. Esto último dicho sin afán de adentrarme en una discusión acerca de si el arte culinario (o cualquier otro) debe ser consciente o no de su público.
La etapa del baile fue bastante singular (por no decir patética): la música, ejecutada por una orquesta de duendes, fue por supuesto de naturaleza céltica, como corresponde a esta gente. Imaginen ahora a una horda de ogros intentado bailar ese tipo de música con un grupo de brujitas. Triste. Celebro, sin embargo, la ausencia del carnaval carioca.
En definitiva, la fiesta transcurrió con toda la normalidad que los mentados seres imaginarios pueden permitirse. En cuanto a este humilde crítico, se murió de hambre.
Seis meses después del suceso que motivó el aséptico párrafo anterior el tiempo me encontró en el espacio destinado a la fiesta post casorio de El Ogro y La Bruja.
La celeridad en la organización puede explicarse fácilmente si se repara en el semiesférico ensanchamiento del vestido de la novia en la zona pélvico-abdominal. Ya se sabe lo conservadora que es la sociedad del bosque, y ya de por sí levantó suficientes suspicacias el hecho de la "heterogeneidad" de la (feliz) pareja. Si bien las cosas cambiaron desde el moderado éxito de algunas películas, y los ogros no son tan despreciados como solían serlo, algunas viejas costumbres persisten.
La ceremonia, como cabe suponer, fue mixta. Las brujas con sus calderos y sus escobas, los ogros, menos protocolares, se dedicaron a ingerir niños y niñas especialmente traídos para la ocasión. Sobre este punto, la gente de la Comisión Ogril Por El Trato Ecuánime (COPETE) me solicitó encarecidamente que aclarase en mi crítica que los ogros sólo ingieren niños/as con fines alimentarios, y que repudian a los pedófilos, por ser (cito al COPETE): "aparte de degenerados, arruinadores de la comida".
He aquí un punto controversial: la idea de la gente a cargo de la fiesta fue la de propugnar las costumbres atemporales de ogros y brujas, postura con la que uno podría en principio estar de acuerdo (si es que se pueden discutir las posturas). Ahora, si bien yo no tengo nada en contra de ogros ni de brujas (tengo amigos ogros y amigas brujas), el hecho de que las opciones de plato principal hayan sido “Niños envueltos” y “Sopa de alas de murciélago y ojos de sapo” me parece un tanto falto de consideración. Esto último dicho sin afán de adentrarme en una discusión acerca de si el arte culinario (o cualquier otro) debe ser consciente o no de su público.
La etapa del baile fue bastante singular (por no decir patética): la música, ejecutada por una orquesta de duendes, fue por supuesto de naturaleza céltica, como corresponde a esta gente. Imaginen ahora a una horda de ogros intentado bailar ese tipo de música con un grupo de brujitas. Triste. Celebro, sin embargo, la ausencia del carnaval carioca.
En definitiva, la fiesta transcurrió con toda la normalidad que los mentados seres imaginarios pueden permitirse. En cuanto a este humilde crítico, se murió de hambre.