abril 05, 2010

La Fiesta Barrial de La Tortita Negra (IV y final)


No me sentía asustado, más bien sería de boludo que yo, un seguidor del Taladro por adopción, me dejara arrastrar por pingüinos a una pelea confusa –y más de ese lado de Malabia. Decidí buscar un remís; ya estaba de pié cuando el puestero se me acercó:

-Che Banfileño, no te me vas a ir sin pagar, ¿no? –me dijo con voz nerviosa, intentando ser gracioso.

No me extrañé de que el tipo, ahora, me hubiera reconocido, pero me pareció que el tirarme gentilicio agravaba, de hecho, la situación. Antes, el gaste no pasaba de eso; ahora, iba contra la misma identidad del barrio, y lo sabrían los vecinos. Pagué al panchero, y me dirigí a los muchachos.

-Para ustedes, Campeón.

El de la camiseta granate se paró, tambaleándose. A un paso de mí, se puso a cantar, a los gritos y haciendo el clásico gesto de mano derecha. Jugaba a poner voz de cancha, como si cantaran muchos, y ese juego era como una exageración y una joda. Entre cantos y agrandes, soltó al aire un “Vos no sabés jugar a la pelota”. El puestero, entre risas, se lamentó de que no hubiera pelota para demostrar nada. En ese punto, algo imprevisible sucedió.

Desde el paredón, el viejo hincha estático, en el que había reconocido la esencia del Sur (del Sur del conurbano), revoleó una Pulpo que se me vino encima. Era como si el Barrio hubiera resuelto que acepte el desafío. No sin dificultad aunque tampoco sin éxito paré la rayada pelota con el empeine del pie derecho, y me di cuenta de dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo me comprometía a jugar. La segunda, que la pelota, junto a mi torpe pierna izquierda no serviría para gambetear a nadie, sino para justificar que me levanten por el aire. Alguna vez había jugado sobre veredas maltrechas, como todos los hombres, pero mi habilidad no pasaba de una noción de que los enganches van hacia la pierna menos hábil del defensor. En mi barrio no hubieran permitido que pasen estas cosas, pensé.

-Vamos cruzando al potrero- dijo el otro.

Cruzamos, y si en mí no había pretensiones de éxito, tampoco había temor. Sentí, al pasar sobre 29 de Septiembre, que caer en un picadito, a cielo abierto y encarando, hubiera sido una liberación para mí, una felicidad y una fiesta, estando cualquier tarde en la capital, donde las veredas son angostas. Sentí que si yo, entonces, hubiera podido elegir o soñar una paliza, ésta es la paliza que hubiera elegido o soñado.

Piso con fuerza la pelota, que acaso no sabré dominar, y encaro para el potrero.


La imagen es de: http://museodeartistas.blogspot.com/2009/10/los-pelotazos-llegan-buenos-aires.html.

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