julio 13, 2006

Encuentro anual de la asociación argentina de adivinos y oráculos varios



Nota introductoria: Si bien no soy muy amigo de estas destrezas no pude resistir la tentación de asistir al encuentro que muy gentilmente fuimos invitados, ayudó mucho a este deseo de participación la forma en que cerraron la invitación, transcribo sus palabras: “Sabemos que contaremos con su presencia”. De todas formas asistí con la sospecha de una fiesta para nada agradable, pero es nuestro trabajo.

Fui recibido por quien decía ser el presidente de la asociación argentina de adivinos y oráculos varios, este sujeto comenzó con una breve reseña de lo que es la asociación que no viene al caso puesto que esto se trata de fiestas y no de sociedades anticipadoras de sucesos. En cambio los detalles sobre cómo se organizó dicho evento sí nos interesa y son más que curiosos. Por empezar la fecha de la fiesta no fue divulgada entre los socios, todos asistieron adivinando fecha y hora del encuentro, inmediatamente me animé a pronosticar que seguramente había algunos que llegaron con varios días de anticipación y otros tal vez lleguen para alguna otra reunión, el presidente me ratificó esto ultimo, muchos llegan hasta meses antes y otros meses después, y me contó además que había un gesto similar en estos grupos de participantes a destiempo. Ellos se excusan diciendo que tal vez el encuentro en realidad es aquel otro y no éste, que nadie asiste (o casi nadie) y que son una porquería, el presidente terminó esta confesión diciendo que todos tenían razón. Que el encuentro es no sólo éste, sino que son todos, que cada vez que alguien se acercaba invocado por alguna carta de tarot, por alguna línea fusiforme de una palma o por cualquier otro vaticinio el encuentro anual de adivinos y oráculos varios era ése.

Esto ultimo, que no era más que un intento de justificar alegóricamente las predicciones erróneas de sus socios, me sorprendió, pero no gratamente, me invadieron unas enormes ganas de transformar este encuentro en una perdida inmediata. El presidente malinterpretó este gesto de sorpresa, o se quedó sólo con el principio, y cortinándome la salida empezó a explicarme, muy entusiasmado, lo que vendría siendo la filosofía del adivino y el oráculo vario. Esta filosofía consta en no sólo saber lo que el futuro le depara a la persona, sino también en poder presentir qué, de todo lo anticipado, le era conveniente contar o no contar. “Muy pocos quieren saber la verdad” me dijo después de mirar hacia ambos costados y tapándose la boca con la palma de la mano. Y entre confesiones de desprecio hacia aquellos que escriben los horóscopos, sobretodo a los del antiguo chicle “Bazooka”, y entre otras cosas me dijo que existen muchas personas que los consultan pero que en realidad desean un futuro incierto “Los trae la curiosidad pero se asustan ante nuestros anticipos y prefieren no creer, no quieren pensar que su futuro ya está escrito. Entonces les mentimos”.

Me quedé pensando en esto por unos segundos hasta que fui interrumpido por la invitación de una señora a participar del juego del “Veo, veo” junto con otros vehementes socios. Inmediatamente después de rechazar ese obsequio se me acerca un sujeto y, poniendo su mano derecha en mi frente, me dice: “Pensá en un número, sumale 148, dividilo por 2, restale una desilusión y sumale un sueño de la infancia... El resultado corresponde a una letra en el abecedario, pensá en un animal que empiece con esa letra...”. El olor a alcohol que despedía esa persona y la humedad de su mano me hicieron retroceder, tropecé con lo que quedaba de otro socio que entre risas ebrias, y mientras se tomaba la cabeza con ambas manos, me dijo que una vez había leído un “puto el que lee” en la palma de una clienta. El presidente se vuelve a acercar a mí y muy insistentemente se ofrece a leerme la mano, mientras huía de él robé de una mesa donde jugaban al “Ahorcado” una birome, me escribí en la palma: “Dejame salir”, y se la extendí. “Usted va a emprender un viaje”, me dijo, yo le respondí que lo iba a hacer en ese mismo momento y me fui.

Mi predicción fue más que acertada, por lo que por momentos me sentí un participante más del encuentro y no un colado, pero de todas formas me retiré, la fiesta era un desastre.

Una caja de decepciones



Pónganse en situación: era esa hora a la que la salida del subte duele, y abrir los ojos para cruzar la calle es un lujo que este humilde narrador no puede permitirse. En esas condiciones me llevaron mis piernas (con fuerte influencia de mi estómago vacío) al supermercadito conocido, en jerga, como “Los Chinos”.

Una vez allí me dirigí a la góndola refrigerada de los yogures de la cual partí apenas unos segundos más tarde llevando una parejita de cremix de vainilla. Mientras caminaba por el corredor oeste en dirección sur-norte agarré distraídamente un paquete de cerealitas (de los grandes) justo en el momento en que comencé a notar que la vaguedad color verde que se plantaba frente a mi vista, era en efecto un anaquel de knorr. Comenzó a madurar en mí, entonces, ese empuje que hace falta para que los deseos se vuelvan decisiones, y, mientras apoyaba en la mesa de la cajera el resto de las cosas que llevaba conmigo, ya mi mirada no se desvió.(*)

Tiempo más tarde, tal vez tres horas, el hambre me llevó a volcar el contenido de uno de los sobrecitos en el fondo de mi taza. El color del polvillo era prometedor, punto para quien dijo cuánto de tal o cuál colorante. Llegó el momento de la verdad y el agua caliente cayó del dispenser a la taza y la transformación comenzó a darse: el polvillo se transformaba en sopa. Sopa que se reveló como una sopa cualunque a tal punto, que es transparente, a diferencia de toda sopa crema que se precie de tal. El sabor no representa ninguna novedad respecto de las sopas de verduras conocidas hasta hoy, y encima, deja la taza bastante sucia. Dejo a cargo del lector la simplísima tarea de decidir si mi crítica es positiva, o de las de siempre.

(*) La frase previa no está mal conjugada, es un vivo alegato en favor de la teoría del tiempo curvilíneo.

Fiesta de cumpleaños en Mc Donald´s

El sector donde se desarrollará el encuentro está delimitado torpemente por dos sillas atadas con un precario cartel que pregona, en letras de colores, “¡Bienvenidos!”. De todas formas algunos comensales del lugar invaden sin darse cuenta la zona festejada, pero al sentarse y notar los globos que cubren los costados de las sillas huyen sin demasiado escándalo. El pequeño cumpleañero juega solo en el pelotero mientras su madre termina de cerrar los últimos detalles con una empleada del lugar (de las de camisa blanca).

Comienzan a llegar los diminutos participantes, la madre invita a los gritos a su hijo a recibir cordialmente de ellos. El agasajado espía desde el fondo del pelotero los regalos que estos le traen, más específicamente tamaño y forma de los paquetes (en su mirada se puede notar la frase “si no viene en una caja grande debe ser ropa”). Algunas de las madres de los invitados prefieren tomar ubicación en mesas fuera de la zona de cumpleaños para relojear a sus hijos. Muchas amagan levantarse al ver a su pequeño colgarse de la entrada del pelotero y balancearse en forma pendular hacia una segura muerte por pelotitas de plástico, pero por temor a invadir el espacio, físico y moral de la fiesta, no lo hacen y se sientan lentamente deseando que su pequeña criaturita no se lastime.

Todos los niños dentro del pelotero saltan, gritan, algunos mantienen pequeñas charlas del tipo “Vamos para allá” o “¡Viste!”, y todos se arrojan pelotitas de colores, hay en esta acción de arrojar esféricos coloreados una clara radiografía, los más felices las arrojan en forma de lluvia hacia sus compañeros en un gesto casi amistoso, los más infelices las arrojan con rencor, de a una y con certera puntería a la cara.

Cerca de la entrada al pelotero se encuentra sentado, solo, Ronald el payaso insignia de Mc Donald's, se lo puede ver ocupando un costado de un banco, con un brazo extendido sobre lo que resta de respaldo, a la espera de alguien que lo acompañe. En su rostro blanco y rojo, se le puede ver dibujada una sonrisa, no es muy enfática (seguramente para no parecer contento de estar solo en los ratos en que no está acompañado, que para serles sincero son demasiados) es una sonrisa de arco pequeño, podría decirse de compromiso, yo creo que es un gesto que exterioriza su felicidad, una felicidad ajena, felicidad por aquellos que corren, saltan y juegan en el pelotero que está frente a él, felicidad por ver que algunos gozan de libertad, felicidad de saber que la libertad existe así sea para otros. Una felicidad que proyecta en sí al ver la libertad de los demás, felicidad que es hija de una resignación, resignación de saber que es su destino la pausa perpetua. Resignación que es hija de un deseo de libre movimiento olvidado mucho tiempo atrás. Y ahí se encuentra el viejo Ronald, sentado solo en el umbral del pelotero, a veces con cortas visitas, de unos pocos segundos, de los pequeños que deambulan frenéticos por la zona. Al terminar la fiesta, muy pocos se despidieron de este inmutable y fiel custodio, él, por supuesto, permaneció sentando (y lo hará por la eternidad), con la misma sonrisa, la mirada perdida hacia el pelotero, seguramente imaginando niños que juegan, saltan, gritan y corren. Imaginando algo que no pudo ser, algo que lo ha dejado fuera pero que siente muy cerca, a más o menos 4 pasitos de un niño de la altura reglamentaria para hacer uso del pelotero. Imaginando libertad.

julio 12, 2006

Triste Fiesta


La celebración comenzó pasada la medianoche, cuando las puertas del establecimiento se cerraron para todos aquellos que no perteneciesen al selecto grupo de amigos del anfitrión. El inicio se dio de forma lenta y tranquila, la pista se fue poblando por pequeños grupos de no más de 6 personas, las pocas mesas que había ya estaban ocupadas al momento de mi arribo. Poco a poco el lugar se fue llenando de hombres y mujeres que se notaba eran amigos de hacia largo tiempo (digamos un mínimo de 7 años y medio), los saludos entre ellos eran de largos abrazos, acompañados por un frote final de palmas en los omóplatos y miradas sonrientes.

Pasada la primer hora de este encuentro casi fraternal, el comportamiento de los presentes me llamó la atención de inmediato, sobresaltos de euforia nacían y morían en pocos minutos, cada grupito en diferentes instantes y de distinta duración; éstos se intercalaban con intervalos, entre estallido y estallido eufórico, con momentos de calma llenos de miradas tímidas y tristes, todo el grupo experimentaba este cruzar de miradas unos segundos para luego cambiar rápidamente a la euforia y de ahí a la tristeza, y luego a la euforia e inmediatamente después a la tristeza, en un circulo ciclotímicamente infinito, y esto era sólo el comienzo. Pasadas las dos de la madrugada se acerca uno de los invitados (me pareció raro yo no lo conocía pero me hablaba como si fuéramos viejos amigos ) al verme sin copa alguna en la mano me aconseja tomar algo con las siguientes palabras “Empezá a tomar, mirá que a las 3 esto se convierte en un confesionario donde sólo existen dos tipos de tipos (el sujeto no estaba lucido del todo): o estás en pedo y te descargás, o estás bien y tenés que consolar a todos los borrachos...y como verás (me muestra una copa de una bebida blanca) yo elegí ponerme en pedo”.

Dadas la tres de la madrugada, almas errantes llenas de dolor se arrastran por los rincones en busca de un hombro donde apoyarse; nadando en malos recuerdos, hordas de melancólicos borrachos se acercan a aquellos que gozan de poco alcohol en la sangre. Personas que se toman la cara y piden, entre lágrimas, disculpas sobre hechos pasados y arrinconan viejas decepciones. La pista se llena de bailes de manos alzadas, cabezas gachas y lágrimas en los pieses. Me acerco un poco con temor a uno que parecía estar aún en sus cabales, lo miro en señal de “¿Qué carajo pasa? ” él se acerca a darme una explicación cuando una ebria se interpone en nuestro camino y nos envuelve con sus brazos junto a un grito donde sus palabras no se correspondían con la entonación “¡Qué pasa chicos!“ al ver esto el flaco al otro lado de ese triste monigote se despide de toda cordura vaciando dentro de sí una botella de Fernet (sí, sola, sin coca).

Empecé a buscar la puerta, en el camino se me colgaron varias personas, dos comentaron que ya no soportan vivir sin sus novias, cinco me confesaron que odian sus vidas, cuatro de haber pensado alguna vez matar a su madre y dos dijeron que sentían algún aprecio hacia mi persona (para ser mas precisos transcribo sus palabras: “Pero... de en serio boludo, yo a vos te quiero” )

Sin duda una de las fiestas más tristes de la historia.

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